lunes, 14 de marzo de 2011

En honor a la mujer: Mis hermanas...

Domingo 5 de la tarde, daba vueltas en mi cama, prácticamente obligándome a dormir la siesta.  Entre salto y salto que hacían los canales de televisión…ahí estaba una vez más, esa película que nunca me canso de ver y que religiosamente me hace soltar unos cuantos lagrimones.  No esperen que les diga una gran película sobre la trascendencia humana en la tierra o sobre la búsqueda del sentido de la vida…No.  
El largometraje que tanto me conmueve es Mujercitas.  Basada en la famosa novela de Luisa May Alcott. Tuve la oportunidad de leer el libro cuando era niña y ver la película junto a mi mamá infinitas veces. Hasta yo misma me reía de cómo ella lloraba y me decía que le hacia acordar tanto a nosotras. Ahora que pasó el tiempo y vivo lejos de ellas, entiendo porque.
Es impresionante como por mas de que le haya visto tantas veces, siempre logre el mismo efecto de remontarme a mi niñez y sentir que cada detalle que transcurre en ella es prácticamente extraído de las vivencias de mi infancia.
Para empezar yo formo parte de una extensa familia de cinco hermanos, un varón y cuatro mujeres.  Ya tenemos la primera coincidencia con ésta hermosa historia (aunque en la novela solo son cuatro mujeres).
Pero son los detalles de la vida cotidiana, lo que me hacen viajar en el tiempo.  Las navidades en familia donde mi mamá preparaba galletas de todo tipo, pan dulce (panetón) helado artesanal, tortas, deliciosas comidas que perfumaban nuestra casa de mágicos aromas festivos.
La decoración era digna de una portada de revista.  Preparar la casa para las fiestas, era para mí un ritual sagrado.  Desde la baranda de la escalera de la sala, bajaba una extensa rama de muérdago adornada con flores rojas.  Nuestro árbol de navidad tenía pequeños detalles como angelitos de madera o porcelana pintados a mano.  Sobre el hogar colgaban campanitas que cuando se encendían tocaban villancicos.  El nacimiento debajo del árbol recreando la espera del niño Dios y hasta la corona de adviento sobre la mesa principal del comedor, donde cada domingo se encendía una vela hasta llegar a la Noche Buena.
Sí, durante toda mi infancia la Navidad fue una gran fiesta para mí, pero no es la única coincidencia con la película en cuestión.
Detalles como la costumbre de pintar en porcelana (pasatiempo que mi mamá acostumbraba a hacer hace algunos años, logrando maravillas y obras de arte), tardes de riquísimas meriendas con tortas caseras (especialmente la de manzana), espolvoreadas con azúcar impalpable, áticos llenos de cosas misteriosas y mágicas como baúles repletos de recuerdos y recortes de la infancia o simplemente mirar desde la ventana y ver un frondoso jardín adornado de flores con colores brillantes.
Pero qué es lo más importante de todo este preámbulo?  Mis hermanas.  Obviamente la película me recuerda mucho todo lo que hemos vivido de pequeñas.  Cabe resaltar que soy la menor. Nos separan 8 años de diferencia entre Eleonora mi antecesora y yo. El personaje de la pulga, la chiquita o la beba como me dijeron hasta mis casi 10 años de edad, era mi rol en mi familia.
Esa diferencia hizo que no pueda compartir tantos momentos de juegos con las mayores, pero sí con Eleonora.  Ella verdaderamente era mi ídolo, mi referente, mi ejemplo, mi admiración.  Todo lo que “Eleo” hacía yo lo quería imitar.  Cuando se iba yo lloraba desconsolada hasta que regrese y obviamente permitía que haga conmigo lo que quería.  Eleonora era de esas niñas que no le interesaba ponerse vestidos rosados llenos de lazos, pero sí se divertía a carcajadas disfrazando a nuestros gatos con ropa de muñecas o jugando con los vecinos varones de la cuadra a la pelota.
Peleas infinitas e irreconciliables había entre mis hermanas.  Como en toda casa donde hay muchas mujeres, el drama es cosa de todos los días.
Pero cada una destacaba por su personalidad.  Verónica, la mayor, la segunda madre, la alumna perfecta, bailarina de danza clásica responsable y aplicada.  Amiga íntima de nuestra mamá.  Nacida para ser madre de la preciosa familia que tiene.
Florencia la más hermosa de todas, Dios le regalo una belleza natural impecable. Cabello rubio, ojos azules-verdosos, rasgos perfectos, con un gran don para la cocina (su menú no es tan variado, pero tiene el talento de lograr el sabor de los dioses en la comida más simple que haga).  Tal vez la más sensible de las tres, aunque no se note.
Y bueno como relaté anteriormente, Eleonora.  La chica de campo, la simple, la mejor amiga, la que me hacía reír hasta caer al piso prácticamente descompuesta, la deportista, desordenada y floja en el colegio.  Pero absurdamente inteligente y capaz.  Eleonora era la sonrisa de la casa.
Obviamente yo también tenía mi personalidad bien marcada, juntando un poco de cada una de ellas, pero siempre dando que hablar por la gran diferencia de edad.  Me imagino que mi madre ya estaba cansada de criar hijos y puede entenderse eso en que yo tuve mucha más libertad que mis otras hermanas, factor que hizo varios reclamos a la hora de otorgarme permisos.
Pero lo que mas me recuerdan es el papel del “gran incordio” de la casa o de las visitas.  Como el arte vino conmigo desde la cuna, hasta que lo supe manejar, torturaba a todo el que se me cruzaba haciendo que me escuchen cantar o bailar o vean mis creaciones y ocurrencias.
Pero quiero terminar con este post una vez más pensando en ellas, pensando también en mi mamá y en todo lo que hizo por nosotras y recordando que cada una de ellas es parte de mi viva inspiración y admiración hacia la mujer.  Porque las admiro, las amo y las extraño.

Angie S.

P.D.: Mi hermano Germán es el mayor.  Único entre todas las mujeres, pero es el mejor hermano del mundo y me imagino que por haber vivido entre tanta mujer está perdonado de por vida y obviamente refugiado en el extranjero!  Para vos hermanito te dedico este relato así nos tenés un poco más cerquita!

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